martes, 1 de junio de 2010

Zaphiro

Caminaba sola, la ciudad estaba desierta y ella no tenía a donde ir, no conocía a nadie, así que sabía que caminaría aun unas cuantas horas, sin detenerse.
Era tarde, a punto de amanecer. Detestaba el sol, sentía que en su blanca piel reflejaba demasiada luz y esto le incomodaba. Por lo que buscaría su refugio antes de que los fuertes rayos de sol se acercaran a los edificios. Dos horas, no le quedaba más.
Recordaba cuando vivía en su reino, hace tantos eones ya, cuando menos eso parecía.

Recordó el gran jardín de orquídeas negras que él había plantado para ella.
El era su guardián, su guardaespaldas, su cuidador, su amigo, el tendría alrededor de 8 años humanos mas que ella.
Desde que ella era niña, el se había vuelto su cuidador de tiempo completo. Ella recordaba que ese trabajo había sido el regalo del Senescal de su reino a su hijo mayor, cumpliendo la mayoría de edad. El trabajo que le costaría la vida, si fuera necesario: cuidar a la hija del gobernante supremo del reino.
Ella tenía 12 años cuando el cumplió los “primeros 20” y dedicó su juventud a verla feliz, y a complacerla. Pasaba todo el día con ella, le plantó un jardín inmenso junto a la fuente de agua dorada, e hizo crecer rubíes en las rosas de su recámara.
Recordó la vez que el la enseño a montar, ella ya contaba con entrenamiento previo, era una princesa y era una princesa acostumbrada a la guerra, pero él la enseño a disfrutar de las cabalgatas.
Ella supo lo que sentía por el al cumplir los 15 años, cuando en el solitario reino de la Noche, el bajaba las escaleras de mármol grisáceo, envuelto en una armadura negra acerina, con la espada en la mano. Ella estaba sentada en la explanada principal de los cerezos, llamada así por la cantidad de éstos árboles que adornaban toda la calzada y el camino a la entrada principal.
El no la había visto, la pasó de largo y ella callada solo lo observo. Pero el se detuvo unos metros adelante, respiró el aire profundo y se volteo hacia donde ella estaba, oculta de la vista de él, detrás de un arbusto plateado. El sonrío y le pidió que saliera, su aroma la delataba, ese olor a frutas. Ella se ruborizó.
El le explicó que tendría que salir, la guerra se acercaba, ella tenía que quedarse, venían por ella, y sin embargo los deseos que ella tenía, eran estar al lado de él. Se aventó a sus pies, soltó una lágrima negra de su blanco rostro, le pidió la llevase con él, porque la vida no sería nada si no estaba a su lado. El la levanto con amor, la besó en sus boca inmaculada, le confesó lo que también sentía por ella.
Pero ella era el tesoro que se peleaba en la guerra y todas las hordas estaban dispuestas a dar su vida por que a ella no le pasara nada, ella era un secreto a guardar. Y la protegería hasta el final.
Sabía que no lo volvería a ver.

Tantos años caminando sola… Sin un compañero, sin una voz. Ahora no vestía vestidos de terciopelo nunca más, ahora eran pantalones de batalla, con playeras sin mangas, descubriendo la marca de la Noche que ella llevaba en medio de su pecho, justo abajo del cuello. Cuanto tiempo le había costado entender quien era, porque el ejército del sol iba tras ella.
Como había odiado a sus antepasados, como odiaba su reino y como odiaba su nombre.

Ahora se hacía llamar Zaphiro, pero en eso tiempos tenía otro nombre, un nombre que nadie pronunciaba, por temor a espantarla, ¿como alguien con un nombre así podría ser tan inocente?, ¿como podría amar?

Había abandonado su reino, pero ellos la seguían buscando, después de tantos milenios, y ahora estaba en ese lugar tan horrible llamado tierra, huyéndoles. Un ser como ella imperecedero, atemporal, justamente un ser como él, él que había sacrificado su amor y el volverla a ver, por que ella fuera libre.
Era una ironía, que ella pudiera vivir y huir de lo que era, que ella pudiera matar, cuando hasta en esa tierra, ella era la reina, venerada y conocida, aunque no por su rostro humano si no por su nombre.

Intentaría inmolarse, destruirse. Acabar con lo que ella representaba en el reino de la Noche, en todas las galaxias, dimensiones y tierras.

Llegó al escondite, durmió, sin sueños mas que los ojos de él, el entendería, el sabía que ella tenía que acabar con su vida, por eso le había enseñado a amar, pero descubriendo quien era ella no había tenido el valor de acabar con su protegida. Así que había dejado la responsabilidad en ella para que llegado el momento Zaphiro hiciera lo que tenía que hacer.

Despertó sobresaltada, ellos estaban cerca, la habían ubicado, y harían lo que fuera porque no cumpliera su único deseo. Sacó del cinturón, la espada que su guardián llevaba siempre. Salió del escondite y corrió, hasta llegar al árbol blanco que se encontraba fuera, los tenía enfrente, la rodeaban.
Sin temor desenvainó la espada, y se precipitó hacia ella. Sabía que ahora podría ser solo Zaphiro y ya no sería más la imagen de lo que tanto odiaba, que no tendría nunca más ese nombre, y ahora solo sería un cuerpo, un humano, un ser más.

Ellos la veían morir, la dejaban desangrarse y morir lentamente con el dolor que no conocía, mientras repetían su nombre al viento. Sabían que renacería siendo un ser maldito solamente, ya no era la reina, ya no gobernaba, su nombre nunca sería mas el mismo. Maldad.

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