Se soltó el cabello, odiaba tenerlo agarrado. Se acaba de cambiar la imagen; pelo corto, lacio; era tan divertido vivir en esta época siendo mujer, jeans apretados, blusas cortas, faldas abiertas, vestidos entallados, cortes de cabello, tintes, uñas. ¿Qué mas podría pedir?
Tantos milenios viviendo y las cosas apenas se ponían bien. Entró a su recámara, que era una habitación amplia de techos muy altos con vigas de madera. Las paredes estaban hechas de arcilla con pintura antigüa, ella la había hecho. Si bien le fascinaba la tecnología de este nuevo mundo; odiaba la decoración y la nueva arquitectura.
Se sentó en la cama y se quitó las botas, las puso en la pared llena de más de doscientos pares de zapatos y sonrió. Dejó la habitación principal de su recámara y caminó al corredor que la llevaba a un vestidor, se quitó la ropa que la cubría y la dejó en el cesto. Tomó una bata y pantuflas y se las puso.
Se aproximó al final del vestidor y movió la ropa, dejó a la vista un teclado y marcó la clave. Una pequeña puerta se abrió y ella bajó un nivel. Al final de las escaleras se detuvo, estaba una habitación más amplia que su alcoba entera, al principio parecía una gran bibliioteca llena de estantes y si bien amaba los libros, su verdadera obsesión era otra: cada estante estaba dividido en más de 500 repisas, y cada una contenía una caja. Desde el principio de los tiempos esa era su obsesión, coleccionar cajas. Tenía mas de sesenta mil y cada una contenía cosas diferentes. Algunos guardaban collares, catalogados por antigüedad; algunas otras, contenían anillos y otras más brazaletes; al fondo había cajas gigantes, con pedazos de armaduras, armas. Otras contenían artefactos mágicos, runas, varitas, monedas, dijes. Cada caja era invaluable, algunas eran de las maderas más finas, otras de oro y plata, unas tenían rubíes y otras esmeraldas, otras eran de cristal o de piedra. Cada caja en su colección contenía y era, un tesoro incalculable; pero no era solo el material, sino la belleza de cada una y el valor sentimental que tenían eran lo que las hacía su verdadero tesoro. Suspiró lentamente, aspirando el olor de cada caja, del cuarto regulado por completo. Dejó en cada una de las cajas las joyas que traía. Ella sabía a que caja pertenecía cada joya.
Se alejó y comenzó a subir las escaleras, pero no pudo, algo la había detenido, desde que fue creada había intentado separarse de su influjo, que ya no tuviera poder sobre ella, pero nunca pudo lograrlo. Se detuvo y se giró. Vió la caja de madera de pino corriente al fondo del pequeño museo.
Recordó cuando los dioses se la dieron y como le advirtieron no abrirla. Recordaba como la castigaron, como la leyenda se esparció diciendo que la caja tenía todos los males de la humanidad, como enfermedad y muerte, como ella por ser mujer, había sido tirada de curiosa, pero nadie sabía la verdad. En esa caja estaba lo que causaría todos los males del planeta, pero no eran los males que nos azotaban lo que había en esa caja, solo la causa. Nadie decía tampoco que no solo había recibido una caja sino un jarro.
Esa noche ella estaba sola en la casa de Epimetheus; Zeus la había regalado al hermano de Prometheus y él la mantenía por consejo de su hermano, encerrada. Un hombre de barba blanca apareció en su habitación y le regaló una caja no mas grande que su pulgar.
-Lo que hay dentro de la caja te podrá parecer pequeño, pero crecerá y crecerá, abre la caja- Dijo el hombre, pero ella se rehusó. El hombre desapareció y esperó que estuviera dormida para aparecerse nuevamente en su habitación. Abrió la caja y dejó que lo que había dentro cayera sobre la mujer perfecta que dormía en el lecho.
Cuando ella despertó sintió una sensación que no conocía, las manos le cosquilleaban y la cabeza también por saber que había en esa caja, al principio era una pequeña cosquilla detrás pero al final del día creció y creció hasta que la sensación era inaguantable y sentía la cabeza y las manos con un ardor inaguantable. Curiosidad.
El hombre volvió a aparecer en la casa.
-Abre la caja y toda esa ansiedad desaparecerá- dijo. Ella se quedó quieta con ganas de llorar.
En la madrugada se levantó, tomó la caja y la abrió, un temblor recorrió la tierra completa, pero no liberó ni la muerte ni la enfermedad. El hombre reapareció
-¿Es verdad que liberé todo el mal sobre el mundo?- Preguntó
-No, solo la causa-
-¿Que liberé?-
-El amor-
Pandora estaba de nuevo en su museo personal, recordó como lloró y como no entendió en ese momento que el amor viene de la mano de la obsesión y la lujuria, y que no solo se ama a alguien y no solo se tiene lujuria por otra persona, sino por las cosas, el poder, el dinero y lo mas importante que uno no se obsesiona solo con el prójimo.
Subió las escaleras con una ultima memoria: ella, llorando frente al hombre de la barba, como ella rompía en la furia del momento, el jarrón que había dejado el hombre junto a ella, y como él se estremecía por que no lo esperaba. En el jarrón estaba el remedio al daño que hacían el amor, la obsesión y la lujuria. Pero nunca se lo dijo a nadie, sin embargo era lo primero que buscaba cuando experimentaba alguna de éstas y las cosas salían mal... Ese secreto lo guardó para ella, en una de sus cajas de vidrio cubierta de piedras preciosas; pero esa caja, no estaba ahí. Sonrió para sus adentros.
Cerró la puerta y se puso a ver una película en Netflix.
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